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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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jueves, 19 de abril de 2018

Estado y violencia

opinión. Agora...a diario 19/04/2018




Maximiliano Basilio Cladakis

Estado y violencia son dos fenómenos ineludiblemente ligados. Sin embargo, esto no se debe a una equiparación del Estado con la violencia, ni a la clásica formulación acerca del “monopolio de la violencia por parte del Estado”. Se trata de una cuestión más compleja y ambigua. El Estado no es una idea que flota en el aire, universal e inamovible. Este es el error (o más que error, podría decirse, “mala fe”) tanto de liberales “anti-Estado” como de hobbesianos “pro-Estado”, sean de izquierdas o de derechas.

El Estado en la conformación de las sociedades modernas se ha ido desplegando de maneras no sólo distintas sino contrarias entre sí. En cierta medida, y simplificando quizá en demasía, las determinaciones históricas (además de tomar en cuenta que nunca se da en forma pura ni el uno ni el otro) podríamos decir que esencialmente el Estado suele presentar dos rostros. Por un lado, como garante de derechos de los distintos actores que constituyen una sociedad. Por otro, como “aparato” de control y de opresión que actúa contra la población, o contra sectores mayoritarios de ella. Tanto en uno como en otro sentido, su relación con la violencia es evidente.

En el primer caso, si consideramos la idea de una “fisiología de la violencia” que plantea Paul Ricouer, el Estado, a través de diversas políticas públicas tiende a reducir la violencia que atraviesa a la sociedad en sus distintos estratos. La idea de “fisiología de la violencia” hace referencia a una estructura que engloba no sólo la violencia física sino también la simbólica. La desigualdad social, la pobreza, la ausencia de posibilidades reales de acceso a la educación y a la salud son manifestaciones de dicha violencia. En este aspecto, la justicia distributiva llevada a cabo por el Estado tiende a la reducción estructural de ella.

En el segundo caso, el Estado acrecienta la violencia. Se trate de ausencia de políticas redistributivas del ingreso, de represión, de persecución política, el Estado presenta su rostro demoniaco, su carácter de Leviatán. La violencia es un factum innegable de la historia humana, este rostro del Estado no hace otra cosa que ser una de las manifestaciones de dicho factum para acrecentarla aún más.

Desde su acceso al poder, el actual gobierno ha ido reconfigurando el rostro del Estado como acrecentador de la violencia en sus distintos niveles. La ampliación de la pobreza, la reducción de la inversión pública, la represión, las persecuciones políticas y el apoyo a bombardeos sobre poblaciones civiles son claras muestras de ello.



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