Leandro Pena
Desde
hace un tiempo brota en nuestra Ciudad de Buenos Aires y se expande a
cada rincón de nuestro país una suerte de huracán. Un aire frío y
devorador que recorre cada uno de los diversos climas y coloridos
paisajes y cada uno de los estratos sociales de nuestra Patria. Un
viento helado que proviene de la palabra vacía de hombres
acaudalados. Sin duda, que el caudal que abunda es como un viento
impetuoso que se lleva todo pero que en sí mismo no tiene un
contenido sustancial.
¿Cómo
puede ser qué con tan poco contenido este viento se lleve tanto?
Se
lleva la dignidad de los más humildes revestida en el rostro de una
injusta política presa del Norte. Se lleva los derechos de los
trabajadores de los pozos petroleros de la cruz del Sur. Aminora las
posibilidades de producción textil tanto del Este como del Oeste. Un
recorrido que dibuja una señal de la cruz. Casi una sepultura. Casi
una despedida. Casi un amén. En este signo sepulcral de despedida,
en este epitafio silencioso que el viento como una mano dibuja una
señal de la cruz, lo que muere, lo que se sepulta, es la figura del
otro. Se trata, ni más, ni menos, que la aniquilación de las
posibilidades del otro en desmedro de la propia. La expropiación de
los derechos y posibilidades propias en beneficios de pocos. Casi un
déjà vu de la parodia sicopática en tiempos de dictadura.
No es, ni más ni menos, que la comprensión de una Patria
empobrecida y subjetivada, de una patria unipersonal, de una patria
en definitiva vacía, por que le falta ni más ni menos que los
otros.
Los
otros, aquellos que el viento sopla con su palabra – espada de oro
filosa- salen, gritan, escriben, piensan, mientras las vallas, los
escudos, los palos, los gases, los tanques de agua ,como huracanes de
una espada palabra que sin mirar a quien y cómo: busca atizar,
despojar y convertir en cenizas sus sueños.
Nuestros
sueños.
El
sueño de lo que parece imposible.
El
neoliberalismo, como instancia que no supera el concepto de lo
subjetivo o como un momento que no comprende otro momento, el de los
otros, se ha convertido en ese viento espeso, oscuro, que arrasa: la
educación, el trabajo , la salud de los sectores mas humildes y las
condiciones y posibilidades de nuestros jóvenes y también el
merecido bienestar de nuestros viejos. Claro está, que no se trata
de un viento que es producto de un juego de temperaturas proveniente
de los mares, donde lo anticiclónico está en constante lucha con el
juego de temperatura de la tierra y el océano. Sino más bien, que
este viento frío nace del agujero negro y oscuro de donde emergen
todos los sonidos y sentidos de nuestras sílabas. De la boca de sus
autores: los que nos gobiernan. Cuyos bailes y globos aparecen al son
de unas máscaras – siempre sonrientes- y con voces suaves, casi
pueriles, que continúan avizorando un futuro mejor bajo el dibujo
sepultural de una cruz territorial, casualmente o no, en tiempos de
la milenaria fiesta pascual que retumba en Occidente y también en
nuestra lastimada Patria..
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