Maximiliano
Cladakis
Existen los aires de época. Se trata de la
generalización de ideas, o sistemas de ideas, que se instituyen en amplias capas
de la población, siendo aceptadas y asimiladas sin un acto previo de reflexión.
El aire de época podría definirse como el sentido común de un momento histórico
determinado: “verdades” que no se discuten pero que se sienten y viven. La
vivencia de esas “verdades” se osifica en un dogma existencial que no acepta
contrargumentaciones. Frente a una
argumentación contraria, la respuesta es la ira, la fuerza, la violencia.
En nuestro país ha habido un cambio de
época. La llegada al Gobierno de la derecha, tras doce años de gobiernos nacional-populares,
puede ser pensada como el momento de cristalización de ese cambio. Raúl
Zaffaroni habla de un cambio de régimen. Quien escribe coincide plenamente con
el jurista, aunque cree que, quizá, sea más adecuado hablar de “cambio de
sistema”. Hablar de “sistema” es hablar
de una articulación totalizadora de las distintas manifestaciones de la vida
social donde se involucra lo económico con lo político, lo moral con lo
cultural.
Dentro de ese nuevo sistema, la emergencia
de la xenofobia y de la estigmatización son elementos que emergen como partes
elementales del sentido común dominante. La derecha vuelve a hablar sin tapujos
y lo que hasta hace poco más de doce meses algunos sólo se atrevían a susurrar
en voz baja, hoy lo gritan sin resquemor. Los inmigrantes de los países limítrofes
y los adolescentes pobres del conurbano bonaerense han sido transformados en el
principal objeto de odio: el Mal, pues, habita en ellos.
Ambas figuras operan como chivos
expiatorios. Los medios masivos de comunicación y los funcionarios que hoy
ocupan el Poder Ejecutivo de la Nación, seguidos por muchos integrantes del
Poder Legislativo, las han instaurado como responsables de los males que asolan
el país (además, obviamente, del populismo). La imposición del debate acerca de
la mal llamada baja de imputabilidad y las discusiones en torno a las políticas
migratorias (cabe recordar que, hace unos años, el actual Presidente habló de “inmigración
descontrolada), son pruebas patentes de los dicho.
Lamentablemente, varios sectores que no
forman parte del bloque dominante, asimilan como propias dichas ideas convirtiéndose
en encarnación de la xenofobia y de un clasismo que no representa a su propia
clase. Se distrae la atención, se canalizan las frustraciones individuales,
se habla con una voz impuesta desde
fuera, se hace propio lo impropio. Se trata de una lógica perversa en la que el
dominado se vuelve siervo del dominador, e, incluso, donde puede convertirse en
el verdugo, en el asesino que el poder real desea, y, sino, al menos en su
cómplice. Los linchamientos, los asesinatos en nombre de una falsa “legítima
defensa”, el beneplácito que reciben estos homicidios deben ser pensados a partir
de esta lógica.
Sin embargo, no se trata de un fenómeno únicamente
argentino. En la principal potencia mundial se ha elegido a un multimillonario
como Presidente de la Nación para salir de una crisis económica que atraviesa
al mundo desde el 2008. Se lo ha elegido por un discurso xenófobo y racista que
instituye el Mal en los rostros de mexicanos y demás extranjeros, supuestos
causantes de la creciente desocupación estadounidense. Siendo en verdad la
clase a la que pertenece el presidente electo la verdadera responsable de una
crisis que, muy probablemente, no se resuelva hasta dentro de muchos años. Si
es que, alguna vez, lo hace.
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