Maximiliano Basilio Cladakis
En el discurso de la derecha contemporánea,
el mundo aparece representado como el tablero donde la vida se despliega bajo
el modo de un juego. Dentro de ese juego, “ganadores” y “perdedores” son las categorías
elementales en las que se dividen los seres humanos. Una de las principales
tareas del aparato mediático transnacional es, precisamente, imponer esa visión
del mundo e instituirla como sentido común, es decir, realizarla como cultura
dominante. En gran medida, el triunfo de
las alianzas derechistas en nuestra región y en el mundo tiene como una de sus
causas la efectividad con la que dicho aparato lleva a cabo su tarea. Existe,
pues, un conglomerado infinito de publicidades, libros, música, películas, etc;
donde el mundo aparece representado como el escenario en el que los individuos
revelan su verdadera esencia a partir de la forma en que afirman sus esfuerzos
particulares.
El gran juego que se desarrolla sobre el
mundo es, esencialmente, una competencia entre individuos. Cada individuo se
debe a sí mismo y cada uno es responsable de entrar en la categoría de “ganador”
o de “perdedor”. La industria cultural que responde a los intereses de las
clases dominantes a escala global ha sabido instalar esta interpretación del
mundo y de la historia en grandes capas de la población. En el caso del cine,
lo ha logrado apelando a la emotividad y a profundas fibras íntimas de la
subjetividad, produciendo una relación empática entre el espectador y el protagonista
que elude todo examen crítico. La historia de un padre soltero quedando en
situación de calle y sólo confiándose a sí mismo para lograr ser ejecutivo de
una empresa multinacional; o la historia de un boxeador al que se le presenta
la oportunidad de redimirse de una vida colmada de fracasos, son ejemplos
notorios de ello. Cada historia, a pesar de las diferencias argumentales, tiene
un mismo contenido: para salir de la categoría de “perdedor” sólo se puede (y
debe) acudir a uno mismo, comprometerse con uno, esforzarse es la clave del éxito.
En este aspecto, el juego de la vida aparece
representado como una travesía del héroe. Sin embargo, entre el héroe tradicional
y el héroe de la derecha contemporánea hay más de una diferencia; una de las
más notorias es que, mientras para el primero la heroicidad radicaba en el
sacrificio de sí hacia los otros (se trate de Leonidas, Espartaco, Cristo, San
Martín o el Che Guevara, su heroicidad siempre radica en anteponer el interés
general al interés particular), el segundo sacrifica todo hacía sí mismo. El héroe
de la derecha contemporánea se define como aquel que gana en el juego de la
vida. El otro no tiene lugar en la heroicidad, incluso se da por sentado que
hay que alejarse del otro cuando ese otro se presenta bajo la figura del perdedor. El otro perdedor está en dicha categoría por propia responsabilidad,
apiadarse de él es señal de debilidad.
La debilidad, en efecto, es un pecado que no
puede perdonarse. En el mundo
interpretado como juego el imperativo es “ser fuerte” (en este punto pueden
verse atisbos de una moral y una teología anticristiana, cabe recordar El sermón del monte). Ser débil implica un riesgo de muerte, puesto
que el juego es un juego de suma cero:
uno gana porque el otro pierde, uno gana lo que el otro pierde. Y la distancia
entre perder y ganar es la diferencia absoluta, es decir, se trata de la vida o la muerte. En el gran juego de la
vida, en última instancia, lo que se pone en cuestión es vivir o morir. El
juego que la derecha instaura como sistema es una ruleta rusa. Sin embargo, el
resultado no depende del azar sino de saber esforzarse, de ser fuerte.
No hay lugar a dudas, está interpretación
del mundo tiene una fuerte raigambre mitológica. El mito del propio “esfuerzo”
es uno de sus mitos fundamentales. Se trata de una versión extrema de la fábula
de La cigarra y la hormiga. Sin
embargo, a diferencia de otros mitos, el mito del propio “esfuerzo” no sólo
atenta contra los fundamentos mismos de la democracia y de la vida en comunidad
(la idea de “meritocracia” es vejatoria de la de “democracia” y encuentra en la
idea del esfuerzo individual uno de sus fundamentos), sino que es una simple farsa.
Las grandes riquezas no se fundan en ningún esfuerzo individual sino en el
crimen y el pillaje. Marx los describe perfectamente en El capital y nuestra historia enseña de manera clara la forma en
que las grandes fortunas tuvieron por origen genocidios tales como los
perpretados tanto durante la llamada “Conquista del Desierta” como en la última
Dictadura Cívico-Militar
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