Maximiliano Cladakis
Sin embargo, el propio Benjamin
habla de la inminencia de momentos que quiebran con este continuum catástrófico y en donde la esperanza emerge entre los
escombros de un proceso marcado por el constante triunfo del Mal. Benjamin,
empleando la terminología del mesianismo judío, dirá que se trata de las rendijas
desde donde se anuncia la temporalidad mesiánica, la cual otorga esperanza en
medio de la desesperación.
Ayer, 5 de agosto de 2014, se abrió una de esas rendijas en la
Argentina. La recuperación del nieto de Estela Carlotto, inesperada, tal vez
impensable, dejó atónitos a todos los que, de una manera u otra, acompañamos,
apoyamos y admiramos la gesta heroica de las Abuelas de Plaza de Mayo. Estela,
símbolo indiscutible de lucha y de compromiso, encarnación misma de la
perseverancia en pos de la Memoria, de la Verdad y de la Justicia, encontró al
hijo de Laura, su hija, desaparecida, asesinada cobardemente por las bestias
que convirtieron a la Argentina en un campo de exterminio y que constituyeron
uno de lo momentos más oscuros de nuestra historia.
Decimos “uno” porque nuestra
historia, como decía Benjamin de la historia de la humanidad, también está
signada por el triunfo del Mal. Desde el genocidio originario llevado a cabo
por los españoles tras el “descubrimiento” de América al genocidio perpretado por
la última dictadura cívico-militar, pasando por el genocidio comandado por Roca
en su denominada “Conquista del Desierto” y por los bombardeos, persecuciones y
fusilamientos contra los peronistas a partir de 1955 (que también deberían ser
clasificados como “genocidio”), la historia de la Argentina es una historia que
suma escombros sobre escombros, ruinas sobre ruinas.
En este sentido, la aparición de Guido es, sin lugar a dudas, una ruptura
dentro de ese proceso catatrófico. Un acontecimiento que brinda esperanza en
medio de la desesperanza, que, al igual que los otros 113 nietos recuperados, iluminan
la lucha infatigable de Estela y las Abuelas, iniciada en los tiempos del
terror y sostenida, sin claudicación, en los tiempos de una indiferencia
cómplice del genocidio que duró décadas, hasta el 2003, cuando la lucha de los
organismos de Derechos Humanos se volvieron políticas de Estado.
Esto, obviamente, no significa que el pasado se encuentre ya redimido,
ni que se encuentre sellado el abismo de miles de muertos, torturados y
desaparecidos que ciñe nuestra historia. El Abismo y la catástrofe siguen ahí,
y lo seguirán estando. Sin embargo, cada nieto recuperado es un acontecimiento
que abre una rendija que deja entrever algo de luz en medio de la oscuridad,
una luz de la cual Estela y las Abuelas son unos de sus mayores representantes.
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