Maximiliano Cladakis
El término “patria” ha sido depositario de diversos sentidos a lo largo
de nuestra historia: desde la “patria” de la Liga Patriótica a la “patria” de “Patria
o muerte”, sin olvidar los sentidos subyacentes, y antagónicos, de “patria” que
fundamentaron tanto el proyecto libertario e igualitarista del primer peronismo
como el genocidio perpetrado por la última dictadura cívico-militar. Se trata
de sentidos radicalmente opuestos, que no guardan correspondencia entre si más
que por las letras que constituyen la palabra en cuestión. Por la “Patria” se
asesina, viola y tortura a “comunistas”, “peronistas” y demás “subversivos”,
pero, también, por la Patria se es “comunista”, “peronista” y subversivo”.
La Patria, o, más precisamente, su sentido, es uno de los ejes de
disputa claves en la lucha por la hegemonía político-cultural. La “Patria” es
terreno de conflicto permanente. Una palabra que involucra sentidos opuestos,
concepciones del mundo contradictorias entre sí, proyectos políticos en
disputas que no pueden tener mediación. Una palabra que sólo encuentra su
sentido real, es decir concreto, en
el campo histórico-político y no en la mera abstracción de los diccionarios. Porque
es allí, en dicho campo, donde las palabras encuentran su sentido verdadero.
Como decía Sartre: la verdad se revela en la acción. Y es en la acción de los
distintos grupos en conflicto en donde se constituyen los sentidos reales del
término “patria”.
En el devenir de nuestra historia, como se ha dicho, han existido varios
“sentidos” que llenaban de contenido la palabra “patria”. Sin embargo, estos
sentidos podrían ser reducidos conceptualmente, en sus características más generales
e importantes, a dos: el del nacionalismo oligárquico y el del nacionalismo
popular. Para el primero, la Patria se constituye como instancia legitimadora
de los intereses de las clases dominantes de nuestro país. Para el segundo, la
Patria se presenta como la realización y concretización de los intereses de las
grandes mayorías populares. Es decir, como en casi todas las cuestiones que
involucran a la existencia humana, los polos de oposición que constituyen el agon por la Patria se articulan en torno
a dos categorías que surcan, en su oposición, la historia de la humanidad: por
un lado, los opresores; por otro, los oprimidos.
La Patria del nacionalismo oligárquico es la Patria de los opresores. Los
intereses de la Patria, desde esta perspectiva, se identifican con los
intereses de las clases dominantes. Sin embargo, la forma en que se “muestra”
esta identificación se encuentra mediada por un proceso de abstracción donde la
“Patria” se desliga de lo material, de lo concreto y de la praxis. En El capital, Marx habla del carácter metafísico
y teológico con que la mercancía se presenta en el sistema capitalista, lo
mismo puede decirse de la forma en que se presenta la Patria en el nacionalismo
oligárquico. La Patria, pues (al igual que la “Nación”, la “Democracia” e,
incluso, el “Pueblo”) aparece representada como una entidad acabada, cerrada,
inalterable, que existe más allá de los hombres. La Patria es una especie
transmundo niestzscheano, puro, transparente, limpio, no mancillado por el
barro de la historia ni por las disputas políticas.
Precisamente, esto último es
fundamental para la comprensión de lo que nacionalismo oligárquico entiende por
“patria”: se trata no sólo de un concepto no político, sino que la patria es lo
opuesto a la política. “Hacer Patria” es lo contrario a “hacer política”. Al
igual que ciertas corrientes metafísicas y teológicas, el nacionalismo
oligárquico lleva a cabo un proceso de inversión ontológica: se realiza una abstracción
de sus intereses concretos (intereses de clase) para que estos se constituyan
como una entidad universal, eterna,
válida para todos, en nuestro caso, para constituirse en la “verdadera
argentinidad”. Lo inmutable de esa esencia, hipostasis de intereses histórico-económicos,
se torna un medio de legitimación de las clases dominantes. Enfrentarse a las
clases dominantes es enfrentarse a la “Patria”.
Por el contrario, en el nacionalismo popular, la Patria se constituye
como un proyecto colectivo que se relaciona con los intereses reales y
concretos de los sectores populares. La Patria no se presenta como una entelequia
abstracta e inmutable, sino que tiene un carácter profundamente histórico y,
sobre todo, político. Para el nacionalismo popular, “patria” y “política” no son
términos antagónicos, sino que, por el contrario, se refieren ineludiblemente
el uno al otro. La Patria, pues, al
igual que la política, se revela como el vivir en comunidad. Un vivir en
comunidad que se da en la experiencia concreta de los hombres que cohabitan
dicha comunidad. La Patria no es un “más allá”, sino que es un “más acá”: el
destino de la “Patria” no es, entonces, un destino metafísico, sino que se
revela en el destino histórico de los hombres realmente existentes.
No puede haber “grandeza de la Patria” si hay niños con hambre, si los
sectores vulnerables de la población ven mancillados sus derechos básicos, si las
mayorías ven reducidas sus expectativas de vida a un mero sobrevivir. No puede
haber tal “grandeza de la Patria”, porque, justamente, la Patria la constituyen
los niños, los sectores vulnerables y las mayorías. “Hacer Patria” es, por lo
tanto, “hacer política”, una política que beneficie los intereses del Pueblo.
Y, en este sentido, “Pueblo” no es una abstracción, sino que se refiere, como en Gramsci, al
conjunto de clases subalternas. Lo que significa que, a diferencia de su
caracterización oligárquica, la Patria popular reconoce los conflictos
políticos, sociales y económicos que habitan en su seno.
Y aquí nos encontramos con una de las diferencias axiales entre la
Patria oligárquica y la Patria popular. Una se funda esencialmente en el
concepto de mismidad, la otra, en el
de alteridad.
La Patria oligárquica, al igual que la mayoría de los fetiches
metafísicos, se arraiga en el concepto de mismidad: la Patria es igual a sí
misma. En su imperturbabilidad ontológica, la Patria es “lo que es”, excluye a
lo otro, ya que lo otro es lo que niega su ser sí mismo. Como esencia inmutable, la “argentinidad” es igual a sí
misma, toda alteridad le resulta amenazadora. El correlato real de esta
paranoia metafísica es la paranoia real de
la oligarquía. Cualquier “otro” es una amenaza a sus privilegios. Para el
oligarca, “la patria es él mismo”, por
lo que no puede sino repudiar la alteridad.
Por el contrario, la Patria popular se funda en la alteridad. Al tratarse
de un proyecto colectivo en pos de los intereses de las mayorías, resquebraja
la parafernalia metafísica y quiebra con la lógica de la mismidad, para
comprender al otro como aquel, en quien, al mismo tiempo, la Patria se da y se
realiza. Como acontecimiento intersubjetivo, la Patria emerge como un “nosotros”
que se constituye a partir del reconocimiento y compromiso con el otro, otro que,
a la vez, y como enseña Hegel en la Fenomenología
del Espíritu, me constituye en lo más profundo de mi subjetividad.
Si la historia de nuestro país se encuentra surcada por la disputa entre
dos proyectos políticos, el liberal-conservador y el nacional-popular, que es,
a su vez, la encarnación particular del conflicto, más general, entre opresores
y oprimidos, la Patria y su sentido son unos de los ejes de dicha disputa. Cuando la Presidenta de la Nación dijo “la
Patria es el otro”, sentó una posición clara, precisa, contundente, que devela,
al mismo tiempo, lo que ella representa como lo que, por medio de la negación,
representan sus opositores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario