Maximiliano Cladakis
Una de las características de la posmodernidad es la deshistorialización
de la temporalidad. A diferencia de la modernidad, en donde la temporalidad era
comprendida como temporalidad profundamente histórica, la posmodernidad reduce
el tiempo a un presente continuo. Esta reducción configura una conciencia
deshistorializada que resulta difuminada en un perpetuo “ahora”: el “ahora”
como momento insuperable, como momento “autónomo” de toda relación con las
otras dimensiones temporales, como momento a la vez efímero y eterno en que la
conciencia se aliena, volviéndose, por lo tanto, una conciencia frágil, débil,
una conciencia que se disuelve en la “muerte de la conciencia”, en la “muerte
del sujeto”, en la “muerte del hombre”.
Deshistorializar la conciencia es desubjetivarla, y, por lo tanto,
“despolitizarla”. A pesar de algunos no poco valiosos intentos por pensar una
política sin sujeto, la deshistorialización y desubjetivación, en el terreno de
la praxis, conlleva a la anulación de lo político en cuanto tal. Precisamente,
en los momentos de apogeo del neoliberalismo (que coinciden con los momentos de
apogeo de la posmodernidad), los poderes económicos, corporativos y mediáticos
han desplegado su dominio global sobre una conciencia “muerta”, cosificada en
un “ahora” divinizado. En su libro Filosofía
política del poder mediático, José Pablo Feinmann lo señala muy bien: la
posmodernidad postula el debilitamiento del sujeto, e, incluso, su muerte, al
mismo tiempo que el sujeto de dominación se vuelve un sujeto fuerte, poderoso,
absoluto (más absoluto que el sujeto hegeliano, dice Feinmann). El sujeto
debilitado no es otro que el sujeto dominado; este debilitamiento se da,
mientras el sujeto dominador crece y crece, extendiéndose, de manera
metastásica, sobre un mundo homogeneizado.
Precisamente, hay un entrecruzamiento necesario, ineludible, entre
subjetividad, historia y política. Un proyecto político que intente transformar
el mundo (como lo exigía la tesis 11 sobre Feuerbach) requiere de una
conciencia profundamente histórica que supere el mero “ahora”. La
deshistorialización de la conciencia anula el concepto fundamental de toda
política que tenga, por finalidad, extender el campo de lo posible, como lo
requería Sartre. Este concepto no es otro que el de “praxis”. En efecto, la
praxis significa la reapropiación y transformación de la historia en pos de un
futuro posible, donde lo que “no es” ahora se vuelve una posibilidad futura. La
praxis es, al mismo tiempo, negación y afirmación de la historia en una
dialéctica en donde se articulan el presente, el pasado y el futuro.
Este vínculo insoslayable entre historia y política ha sido señalado por
varios de los pensadores y autores más importantes de la modernidad y de la contemporaneidad:
Maquiavelo, Hegel, Marx, Gramsci, Sartre, entre otros. En el proemio a los Discursos sobre la primera década de Tito
Livio, Maquiavelo advierte acerca de la necesidad de la comprensión
histórica para la transformación del presente; toda la obra de Marx tiene como
finalidad el conocimiento de la historia para
superar el régimen de dominación capitalista; Gramsci sostiene que la
política es la historia en tiempo presente; Sartre, en la Crítica de la razón dialéctica, señala los riesgos de una praxis
que haga la historia sin comprenderla; los ejemplos, son, por lo tanto,
múltiples.
La historia y la política, entonces, se encuentran ligadas de tal manera
que la anulación de uno de los términos implica la anulación del otro. La praxis
política es una praxis histórica y la praxis histórica es una praxis política.
“Hacer historia” es comprender los sentidos latentes que subyacen en la
“historia pasada” (que nunca es, realmente, del todo “pasada”) reasumirlos en
una praxis que transforma lo dado y abre el horizonte hacia una nueva etapa
histórica. Y eso es política.
Vale destacar, también, que la historia, en cuanto tal, se constituye
como el entrecruzamiento dialéctico de las acciones particulares y colectivas.
El tiempo histórico es, por lo tanto, un tiempo esencialmente intersubjetivo.
La historia es “nuestra” historia, la historia es, siempre, historia colectiva.
La reducción posmoderna del tiempo como “tiempo-ahora” quiebra, pues, con las
lógicas de lo colectivo, para serializar las conciencias, reducirlas a un mero “yo”
abstracto, conllevarlas a la categoría de “individuos” a partir de la cual,
cada uno es principio, medio y fin de todo obrar , al mismo tiempo que
repetición constante de la penetración ideológica de los poderes fácticos que,
en posesión no sólo de los medios de producción sino también de los medios de
comunicación, instauran el hegemónico discurso del “yo”. Ahí está la paradoja: el hombre
serializado se considera lo universal desde la más absoluta individualidad y
repite, discursiva y prácticamente, todo lo que los demás individuos
serializados. El hombre serializado se regodea en su “unicidad absoluta”, pero
esa “unicidad absoluta” es una introyección de la ideología dominante, que
afirma, en cada uno, la propia unicidad, para ejercer, así, su poder de
dominación. Es decir, la unicidad del hombre serializado es la unicidad de un
Ford T en una cadena de montaje.
Ahora bien, la condición de posibilidad de la
política es la conformación de un sujeto colectivo que exceda tanto la
individualidad como la reducción del tiempo al “ahora”. La política requiere de un “nosotros” que se
constituya históricamente y que se proyecte hacia el futuro como un sujeto colectivo
que no sea la mera sumatoria de “yoes” (justamente, la sumatoria de “yoes” es
lo contrario a un sujeto colectivo). La deshistorialización de la conciencia
es, por tanto, uno de los principales desafíos para la política. En efecto, la constitución
de un proyecto político que tenga por finalidad superar lo dado implica quebrar
con dinámicas inmanentes al orden de dominación mundial, un orden al que muchas
de sus propias víctimas sucumben, hipnotizadas, fascinadas, como la cobra
frente a sus encantadores.
1 comentario:
La deshistorialización es la causa, en la Argentina, de repentinas y ridículas traiciones individuales basadas en el capricho y en el egoísmo. En Italia de la existencia de los "grillinos". Por otra parte es cierto que éstos se corresponden con los "caceroleros" de nuestra Patria. Nota esclarecedora y llena de muchos mensajes a varios niveles. ¡Excelente!
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