Ágoraa diario la arena política

realidad en blanco y negro...

Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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lunes, 14 de enero de 2013

Un hombre, un pueblo.

opinión. Agora...a diario 14/01/2013





Maximiliano Basilio Cladakis

   No caben dudas acerca de la importancia crucial que ha tenido la Revolución Bolivariana, no sólo en el destino histórico de Venezuela, sino en el de toda América Latina. Se trata de un acontecimiento que ha marcado un antes y un después en la vida de nuestros pueblos, a tal punto de representar el puntapié inicial de un proceso de transformaciones radicales que se han sucedido en diversos países latinoamericanos durante la última década. No sería errado decir que el cambio de época proclamado por el Presidente de Ecuador Rafael Correa ha tenido su origen en la llegada de Hugo Chávez al Gobierno de Venezuela. Incluso, las propias derechas regionales suelen reafirmar la importancia de la Revolución Bolivariana en tanto ven en ella el inicio de la decadencia de sus propias hegemonías locales.

   Dijimos que la llegada al Gobierno de Venezuela de Hugo Chávez, bien puede ser comprendida como el punto de origen del cambio de época que nos encontramos viviendo. En este sentido, se torna evidente, palpable, la forma en que las fuerzas históricas se entrecruzan con las acciones individuales llevadas a cabo por hombres concretos. La Revolución Bolivariana se encuentra compuesta por hombres concretos, como todo acontecimiento histórico. Hugo Chávez, en tanto líder de dicha Revolución, representa el grado más alto de identificación entre lo individual y lo colectivo en Venezuela. Una tesis del marxismo dogmático solía sostener que, de no haber existido Napoleón, la propia historia lo habría creado: simple mecanicismo, resabios de un positivismo que creía poder  “leer” la historia humana como las leyes de la física “leen” los hechos naturales.  Si bien no hay hombre por fuera de la Historia, la Historia no es otra cosa que lo que el hombre mismo hace de sí en relación con los otros.

   La Revolución Bolivariana es un proyecto colectivo. Sin embargo, lo colectivo se encuentra constituido por la interrelación de hombres concretos. En el caso de Chávez, el pueblo lo ha ungido como su líder, como su Conductor, como su Comandante. Y lo ha hecho a partir de una serie de cualidades que Chávez posee en tanto sujeto particular. Su valentía frente a los golpistas que amenazaron su vida a punta de fusil en el 2002, su férreo compromiso con los sectores más vulnerables de la población, sus discursos y actos en contra del imperialismo y su apoyo incondicional a la lucha de los pueblos en pos de la emancipación e independencia, le han valido la lealtad, la solidaridad y el amor no sólo del pueblo venezolano, sino del pueblo latinoamericano en general. 

    Hablar de amor puede parecer “cursi” en la comprensión de un acontecimiento político. Sin embargo, sólo lo sería si reducimos lo “político” a un mero juego de intereses contrapuestos donde lo que prima, de manera exclusiva, es la racionalidad instrumental. Sin embargo, ni la historia ni la política pueden ser leídas únicamente a partir de esta racionalidad instrumental. La  historia y la política,  por el contrario, se encuentran entrecruzadas por pasiones. No era sino Hegel quien afirmaba que “nada grande se ha hecho en el mundo sin pasión”.  Y el amor es una de las pasiones más fuertes que mueven al hombre. La otra, sin lugar a dudas, es el odio.

   En América Latina, la tradición nacional-popular siempre ha reivindicado el lugar preponderante de la pasión en la   acción política. En el caso de la Argentina, es conocida la sentencia de Evita a favor del “fanatismo”, como también la frase de Perón acerca de que “el amor es lo único que construye”. Hoy mismo, una de las frases más empleadas por la militancia kirchnerista hace referencia a las pasiones: “el amor vence al odio”. Por el contrario, la tradición liberal-conservadora siempre ha vituperado la “intromisión” de las pasiones en la política, atribuyéndole a dicha “intromisión” el mote de “barbarie”. En efecto, el liberal-conservadurismo, en nuestra región, se ha presentado históricamente como la alternativa “racional” frente a las “bestiales” y “demagógicas” pasiones del populismo. Sin embargo, su propia historia demuestra que esta tradición también se encuentra atravesada por las pasiones, más precisamente, por una pasión en particular: el odio. 

   Es innegable que las expresiones de odio más terribles en nuestra historia han provenido de los representantes del liberalismo-conservador, quienes, a su vez,  se adjudicaban a sí mismo el rol de “civilizados”. Desde Sarmiento y las matanzas realizadas en nombre del “progreso”, a Videla y el genocidio perpetrado durante la última dictadura cívico-militar, pasando por el “Viva el cáncer” y los bombardeos a Plaza de Mayo en el ´55, la tradición liberal-conservadora ha hecho gala de una intensa, y extensa, demostración de odio, un odio expresado en palabras y, sobre todo, en hechos.

  La situación actual de Chávez y su delicado estado de salud vuelven a poner blanco sobre negro en esta cuestión. Por un lado,  nos encontramos con las más sinceras manifestaciones de afecto, solidaridad y amor. No sólo el pueblo de Venezuela se movilizó en su apoyo, sino también los pueblos de otros países, y también una serie de mandatarios cuya relación con Chávez excede el ámbito de lo diplomático.  Nuestra Presidenta lo manifestó de manera muy clara, cuando, al visitar a los familiares de Chávez en Cuba, dijo: “esta es una visita de solidaridad y acompañamiento con quien es mi amigo, un compañero que ayudó a la Argentina cuando nadie la ayudaba”. Por otro lado, tenemos en frente a los habituales predicadores del odio, a los idólatras de la muerte, que aguardan lo peor, que aguardan aquello que no nos atrevemos a nombrar, no lo hacen sólo como una especulación que tiene como eje sus intereses sectarios, sino, ante todo, por su irrefrenable necrofilia, necrofilia que, a lo largo de nuestra historia, ha ejecutado más de un genocidio.

   La Historia es un nudo complejo donde se entrecruzan intereses, pasiones, heroísmo y miserias, donde hombres y mujeres nobles se enfrentan con canallas de la peor estirpe en una plano en donde lo político se cruza con lo ético y lo moral. En este momento, un hombre lucha con todas sus fuerzas para continuar con vida junto a sus seres queridos. Ese hecho hace que unos (afortunadamente, la mayoría) se encuentren acompañando a ese hombre,  sea orando, sea escribiendo, sea guardando un respetuoso silencio. Mientras que otros (afortunadamente, una minoría) se relamen en una espera miserable que expresa lo más execrable a lo que puede llegar la condición humana.







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