Ágoraa diario la arena política

realidad en blanco y negro...

Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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sábado, 29 de diciembre de 2012

La representatividad al banquillo de los acusados

opinión. Agora...a diario 29/12/2012





Por José Antonio Gómez Di Vincenzo

El calor, la Luna llena, la presión atmosférica, la humedad. Todo puede ser tomado como condicionante de la locura. Por estas pampas, los fines de año se viven a mil. Siempre a mil. Se consume, se gasta, se produce, se desgasta uno más del acostumbrado en otras épocas.

Semana tras semana, novedades respecto a la Ley Nacional de Servicios Audiovisuales reconfiguran el mapa de significados y obligan a quienes pretenden adjudicarse el rol de intérpretes de la realidad a tejer nuevos argumentos o reciclar los mismo de siempre.

Este escriba, siguiendo una vieja tesis esbozada por el cabezón barbado de Tréveris, un tal Marx, cree que más que interpretar de lo que se trata es de transformar la realidad.  Por eso, por más fogueado en las lides académicas que esté, intentará aquí correrse a un lado del cacareo puritano de los politólogos obsesionados por el rigor y la erudición y sin citar casi trazar sólo algunas líneas que orienten la práctica y la reflexión. Y todo sabiendo que con esto sólo no se cambia nada.

Emprendamos nuestro recorrido desde un punto bien alejado del fundamento político, pero equidistante a la exploración filosófica. Penetremos desde el principio en lo más hondo del sentido común manteniendo sólo la actitud crítica e interpeladora. Y que el intelectual acartonado huya a buscar explicaciones a otro lugar. Lo que se pretende aquí es poner entre paréntesis todo rigor para partir de lo más simple. Es un experimento válido, creo yo. Y si no, a dar vuelta la página.

Por suerte, desde el 83 hablamos mucho más que antes de democracia en el barrio. Ahora bien, de qué hablamos cuando hablamos de democracia, qué significados impregnan los argumentos de nuestros vecinos en el ágora.

El Diccionario de la Real Academia Española trae dos acepciones para el término:

Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.

Pero si uno pregunta al sujeto carnal que está en la fila de la verdulería, el tipo o la tipa responde (crea el lector que este escriba fue e hizo la pregunta) “es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. El ciudadano interpelado repite como loro, casi seguro sin saberlo, una frase del viejo Abraham Lincoln, ex presidente de EEUU, el primero de los republicanos. Penetración cultural, colonización de la consciencia que le dicen.

Como sea, el término “pueblo” que aparece en la definición del diccionario y multiplicado por tres en la frase del americano es el que, al menos, me hace algo de ruido y me obliga a preguntar: ¿Qué se entiende por pueblo? ¿Quién o quiénes son el pueblo? ¿Cuándo alguien puede adjudicarse el título de pueblo? ¿En qué condiciones se entra al colectivo “pueblo”?

Hay un viejo truco característico en la forma de presentar la realidad para luego fundamentar el orden social y legitimar la política que es propia del liberal burgués. Todos somos iguales, dicen; todos los ciudadanos en el mismo plano de igualdad, el pueblo. El pueblo somos todos los que compartimos una nacionalidad, todos los que tenemos los mismos derechos, todos los que elegimos a nuestros representantes en las elecciones democráticas. El pueblo es esa bolsa donde un montón de gatos de diferente pelaje entra.

Viejo truco, en efecto, porque sabido es que no somos todos iguales, algunos son más iguales que otros. Los que se reúnen en la Sociedad Rural o en el Jockey Club son iguales pero diferentes a los que se juntan a jugar a las cartas en el club social de la vuelta de la esquina. Los industriales capitalistas son iguales y se agrupan en su Unión Industrial pero no son tan parecidos a los obreros que se reúnen en asamblea gremial. Algunos son poseedores de los medios de producción, otros son los iguales que lo único que tienen es su fuerza de trabajo para venderla a cambio del salario.

Bien, esa igualdad legal que no se traduce en una igualdad real en la vida concreta regida por las necesidades y la economía es la que actúa como máscara para el truco burgués corporativo. Todos los votos valen lo mismo, en efecto, pero… ¿Qué pasaría en un contexto en el que el concepto “pueblo” comienza a llenarse de nuevos significados, distintos sentidos, ya no empapados por el dogma de la igualdad y la fraternidad? ¿Qué pasaría si el pueblo empieza a alejarse de esa masa de iguales sumisos que las corporaciones utilizan como carne de cañón? ¿Qué pasa si “pueblo” empieza a ser el nombre de los sometidos que entran en conflicto con el orden y adquieren un posicionamiento radicalizado, negador de lo dado?

Perdida la inocencia, el pueblo empieza a llenarse de lo popular. Envalentonado por una serie de triunfos cobra identidad y cuerpo como movimiento, después partido y lleva adelante una praxis que pretende se transformadora. Empieza a tener poder el pueblo. El pueblo ya no es ese todos vacío, inerte, flácido, descarnado sino una parte de ese todo que niega aquella vieja totalidad que actúa como máscara para intentar una superación. El pueblo es el conjunto de los relegados de aquella vieja política y de la hegemonía liberal primero, neoliberal luego de los 80. Y el pueblo pretende que su sentir, pensar y pautar la política se totalicen.

Hace muchos años, un tal Hobbes escribía un fabuloso tratado, el Leviathan. El viejo Hobbes se embarca en un tremendo viaje que va desde la explicación del funcionamiento del cosmos hasta el fundamento de la política. Hay una continuidad en la forma de ver la naturaleza y de prescribir los fundamentos de la ley y soberanía. Para el filósofo inglés, el Leviathan es el soberano absoluto cuyo poder emana de la voluntad de todos los que delegan en él dicho poder para evitar que en estado de naturaleza, la lucha de todos contra todos derive en una batalla campal, inútil para el sostenimiento del Estado y el beneficio de sus integrantes. En su filosofía de la naturaleza no había cabida para el vacío. No podía haber nada que impida que las partes se comuniquen para transmitir las fuerzas que hacían mover la máquina universal. Y no podía haber vacío en el orden social tampoco. Porque nada podía intervenir evitando que el poder del soberano llegue hasta las fibras más ínfimas de la sociedad con sus súbditos.

El esquema hobbesiano no cerraba a los defensores del orden burgués. Había algo más fuerte que el soberano, algo que cobraba entidad entre él y los individuos aislados, el mercado, las relaciones comerciales, la economía. La economía comenzaba a regir los destinos de las elucubraciones políticas. Eso que quedaba allí, como estorbando la cosa, es lo que los economistas políticos ingleses llamaron sociedad civil. El soberano no podía ya no ajustarse a los designios del mercado, el mercado era primero, la sociedad civil era lo principal, el soberano venía después para arbitrar y administrar justicia en las relaciones de hecho que se daban entre individuos comerciantes, hommo economicus. Algo interesante subyace en la forma de concebir el orden social propio del moderno burgués. Este está dado por las relaciones que se establecen entre los hombre en el mercado, ya sea para la compra venta de mercancías como bienes y servicios o la mercancía fuerza de trabajo. De la necesidad de imponer la fuerza del mercado por sobre la política al truco de la igualdad, restaba un paso. De allí a que las corporaciones se instalaran con sus asociaciones y poder económico como las verdaderas fuentes del poder político, un abrir y cerrar de ojos.

Como quiera que sea la cosa históricamente, lo cierto es que todo se da de bruces cuando un pueblo deja de ser una masa amorfa de iguales y comienza a destacarse como la negación de aquella mascarada. Ese pueblo que comienza a luchar por sus derechos de igualdad en el plano concreto y ya no virtual, legaliforme de papel, plantea un problema para las corporaciones. Ese problema se vuelve intrincado cuando, encima, desde las mismas instituciones funcionales al orden corporativo, gana elecciones tras constituirse como partido y toma el poder del Estado para tramar una praxis política acorde a sus intereses. El pueblo ya no se plantea tomar el palacio de invierno para después ve qué pasa sino que intenta constituirse primero como pueblo y totalizar los sentidos que le dan forma al mismo tiempo que implementa una praxis revolucionaria.

La denominada Ley de Medios Audiovisuales se instala en este devenir como un buen ejemplo de praxis que pretende restar poder a las corporaciones económico-mediáticas.  Sabido es el peso que tiene en el contexto actual la formación de opinión y el manejo de la información. Ese poder en manos de las corporaciones económicas es fundamental para desbalancear las fuerzas producto del avance popular, para contrarrestar desde los medios concentrados, la praxis de miles de militantes operando contra hegemónicamente en los capilares más profundos de la sociedad.

En ese contexto, en esta clave, hay que leer el proceso judicial y sus idas y vueltas respecto a los incisos problemáticos de la ley, precisamente los que desmonopolizan. La representación anudada por el voto en elecciones que hace que desde el pueblo que niega el poder de las corporaciones porque entiende que le es perjudicial a sus intereses fluyan sentidos hacia los diputados y senadores electos para la sanción de la ley en una dialéctica con las estrategias formuladas por sus intelectuales orgánicos pone en jaque los poderes corporativos.

El manotazo de ahogado del poder económico consiste en forzar las cosas hasta que no den para más. Hacer que todo se extienda y si es necesario, llegar a la sin razón. Curiosos escenas de un paisaje jamás esperado por aquellos que pensaron que habían fundamentado la política de tal modo que asegure la reproducción de su poder al infinito y un orden social funcional a sus intereses mezquinos. Los transformadores utilizan las instituciones sin forzarlas, lo conservadores las fuerzan y desprestigian haciendo todo tipo de alianzas entre los peor de todos los costados para mantenerse en la ignominia.

Habrá que ver si frente a la irracionalidad, una praxis apoyada en las instituciones que juega a torcer el brazo de la historia utilizando las propias fuerzas legales ideadas por el contrincante pero desde la paz puede superar la contingencia y consolidarse como la forma de ir hacia una igualdad real. O si por el contrario, el poder real de lo económico se impone por sobre la política una vez más haciendo uso de la presión, la seducción y sacando lo peor de las lacras atornilladas en las viejas corporaciones. O si todo queda en nada o más de lo mismo al paralizarse la historia.






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