Ágoraa diario la arena política

realidad en blanco y negro...

Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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miércoles, 27 de julio de 2011

La sangre de los otros: la imposibilidad de mantener las manos limpias

opinión. Agora...a diario 27/07/2011


    Uno de los capítulos del libro El flaco de José Pablo Feinmann lleva por título “Dialéctica de las manos limpias y de las manos sucias”. El capítulo evoca explícitamente la obra de teatro que Sartre escribió en 1948: Las manos sucias.  Esta obra es genial y retrata con crudeza la relación conflictiva entre los fines y los medios, entre los valores, las intenciones y las posibilidades de realización de dichos valores y de dichas intenciones. Esto le abre a Feinmann un gran abanico de posibilidades para plantear la relación entre el intelectual y la política; relación que, en El flaco, muchas veces aparece representada como la relación entre la ética y la política, e, incluso, entre la moral y la política.



   Dentro de esa problemática existe una obra de Simone de Beauvoir, hoy prácticamente olvidada, que desarrolla una temática semejante y, también, desde una perspectiva profundamente sartreana. Se trata de una novela escrita en 1945 y cuyo título no es ni más ni menos que La sangre de los otros. Como su título lo indica, es una novela fuerte, dura que nos enfrenta a situaciones extremas en las cuales las decisiones de los personajes significan la vida o la muerte de los demás, el derramamiento de su sangre. En la primera página de La sangre de los otros, aparece como epígrafe una frase de Dostoievski que definirá el sentido de la obra: “Cada hombre es responsable de todo ante todos”.  Emergen entonces los límites de la libre elección, lo dado, la facticidad, la responsabilidad por uno mismo y por el resto de la humanidad, como ejes centrales que recorren la totalidad de la obra.

    La novela sucede a dos tiempos y su protagonista es Jean Blomart. Hay un presente (ubicado en la Francia de la Ocupación) y un pasado reconstruido a partir de una serie de flash back, de recuerdos que Jean tiene a lo largo de la noche. En ambos tiempos Jean sentirá el peso de la responsabilidad, una responsabilidad que se le manifestará primeramente bajo el aura del remordimiento Su primera “carga”, Jean la descubrirá en la niñez. El es el hijo del dueño de una imprenta; es, por tanto, un niño burgués. Su hogar es una casa burguesa, su entorno es un entorno burgués, sus padres son unos padres burgueses, los valores que le inculcan desde niño son valores burgueses. Lo “pautado” para él, su “destino” no es otro que el de ser un burgués. “Un día será tu casa”, le dice el padre señalando lo ineludible de su sino.

   Sin embargo, Juan observa que hay algo que “está mal”. Su casa se halla construida por encima de la imprenta, lo que le hace tener un contacto directo con el trabajo allí realizado y se percata entonces que los obreros de su padre y su padre no son lo mismo. Comienza a notar que los bienes de su familia se encuentran sustentados en la explotación de los otros. El hacinamiento y la alienación de los obreros son la fuente desde donde surgen las riquezas de su familia. Jean siente remordimiento y ese remordimiento se encuentra materializado en los sonidos de máquinas y en los olores que llegan desde la imprenta. La casa representa el remordimiento, una sensación inconsciente que sólo tras varios años logrará inteligir. El mundo del pequeño Jean es el mundo forjado por el capitalismo. Hay ricos y hay pobres. El lujo de los primeros se sustenta en las miserias de los segundos. Jean no es el único que se da cuenta de ello; en su entorno familiar, incluso, se “sabe” lo que ocurre. Tanto su madre como su padre son conscientes del estado del mundo; sin embargo tanto la una como el otro aceptan las cosas tal cual son, como si efectivamente no hubiera alternativa posible, como si lo que ocurriera fuera algo “dado” sin más, de lo cual nadie es responsable.

    Pasa el tiempo y, ya adolescente, Jean se afilia al Partido Comunista. Si sentía el remordimiento de pertenecer a la clase de los opresores (remordimiento del cual en ese momento ya tiene plena conciencia de las causas), con esta elección “decide” ser parte de los oprimidos. Cree que, al integrar un partido que defiende los intereses del proletariado, lavará sus “culpas”. Porque Jean siente culpa puesto que, aun sin realizar de manera directa, una acción de “explotación”, él se beneficia con las realizadas por su padre. En esa pasividad, radica precisamente su culpa; al luchar de manera “activa” por los oprimidos se vería, al fin, libre del remordimiento. Sin embargo cuando visita a un amigo y le habla de su decisión, se encuentra con una frase que le resulta perturbadora: “es imposible hacerse comunista”. El Partido Comunista es un partido de clase, en la cual el proletariado lucha por sus intereses contra su enemigo “natural”, la burguesía.

 El protagonista, por lo tanto, toma una nueva decisión: él, Jean, el burgués, se hará obrero, se elegirá libremente a sí mismo, negará toda determinación. Para ello comienza a trabajar en la imprenta de su padre, aprende un oficio, se rodea de obreros intentando ser uno más de ellos. Al cabo de dos años, la preparación concluye. Jean se siente un obrero, deja su casa y con ella todos los bienes surgidos de la explotación, de la opresión capitalista, busca una nueva imprenta en la cual desarrollar su trabajo para no contar con ninguna ventaja por sobre los demás obreros. Corta relaciones con su padre y con su madre.

   Un tiempo después,  Jean se vuelve un dirigente comunista. Un joven llamado Jacob lo toma como su mentor político. Lo acompaña a reuniones sindicales y partidarias. Se lo ve algo ingenuo pero seguro en su deseo de militar. Antes de una de estas reuniones, presintiendo una pelea a gran escala, Jean le entrega un arma por si se viera obligado a defenderse. “Parece un juguete”, dice Jacob cuando toma el revolver. Efectivamente esa noche hay una pelea. Jacob muere en esa pelea. Jean se sabe responsable de esa muerte. Él había ejercido una influencia para que el joven militara e, incluso, había sido él quien le había dado el arma. Siente, por tanto, que él hubo decidido su muerte. No había sido su intención; sin embargo se percata que, al realizar una acción, se es responsable de las consecuencias que esta acarree, aun cuando dichas consecuencias no hubisen sido intencionales. Ya cuando Jacob le contó su decisión de afiliarse al Partido, Jean “comenzaba a sospechar que nada ocurre como se desea”. La muerte de Jacobo es la corroboración de su sospecha. 

   Este acontecimiento implica un cambio en la forma de ver la vida en Jean. El sentirse responsable de la muerte de Jacob, lo lleva a “decidir” que no realizará jamás una acción que involucre al otro. Todo lo que haga, lo hará en tanto las consecuencias lo afecten sólo a él, nunca “decidirá” por otro. Incluso deja el Partido Comunista y pasa a formar parte de la corriente gremialista.

    Sin embargo, luego aparece Helene,  la novia de otro militante obrero, que al conocerlo, comienza a sentirse atraída por él. Jean hace todo lo posible serle indiferente, para pasar desapercibido, para que su existencia no influya para nada en la de ella. Con todo, no puede evitar que Helene se sienta atraída; ella lo busca, lo sigue. Jean no se atreve a rechazarla de manera directa, continúa siendo educado y formal, comportándose de una manera tal que no la atraiga más pero que tampoco la hiera. En un momento explicándole la diferencia entre los comunistas y la línea gremialista le dice que “los comunistas miran a los hombres como peones en un tablero de ajedrez, se trata de ganar la partida; los peones no tienen importancia por sí mismo”. Si está en el gremialismo es porqué “no debía escoger por otros, no decidía nada, cada miembro del sindicato conocía su propia voluntad en la voluntad colectiva”. Esa misma actitud la traslada al ámbito personal. No quiere influir sobre nadie, ni sobre sus compañeros, ni sobre Helena.

    Pero Helena deja a su novio y , llena de resentimiento por la indiferencia de Jean, se embarca en una serie acciones que le costarán muy caro. Jean verá el fracaso de su intento por no influir en los otros, de mantenerse limpio de la sangre ajena. Luego vendrán la Ocupación Alemana y la Resistencia. Se deberá elegir y dentro de esas elecciones está la de matar. Matar alemanes, aunque esos alemanes sean hombres. No hacerlo es no luchar contra los invasores y no luchar contra los invasores es ser cómplices de ellos, lo que significa ser cómplices también de sus asesinatos y de sus torturas. Cualquier elección que se tome implica ser responsable de la sangre de los otros.

    No vale la pena contar más detalles sobre la trama. Vale la pena leerla. Por un lado, literariamente la novela es brillante. La caracterización de los personajes, la descripción de situaciones, el realismo de los diálogos, el ritmo in crescendo de la historia, son claros ejemplos de lo dicho. Por otro, tiene la virtud de “escenificar”, de “teatralizar” magistralmente y con sutileza tesis filosóficas representativas del existencialismo. Así como Sartre lo hizo en La náusea con las tesis ontológicas que luego sistematizaría en El ser y la nada; Simone de Beauvoir “noveliza” acerca de la libertad y del compromiso, problemas fundamentales de la filosofía francesa de posguerra, de la cual Sartre y Simone de Beauvoir fueron protagonistas indiscutibles.

   Con respecto al tema sobre la “dialéctica de las manos limpias y de las manos sucias” planteado por Feinmann en El flaco, La sangre de los otros supone la imposibilidad de mantener las manos limpias. Existir es, siempre, existir en el mundo, libremente y con los otros. Cada acto es inexcusable y compromete a toda la humanidad. Se tome una u otra decisión se esta ineludiblemente “sucio” y se es responsable de todo ante todos.

   La existencia humana se da siempre, como sostiene el mismo Feinmann, en el barro de la historia.


2 comentarios:

Maximiliano Javier Riera dijo...

Por razones coincidentes acabo de terminar La sangre de los otros. La reseña que aquí se expone me parece realmente muy completa y estimulante. Pero, elude, a mi entender, un hecho narrativo fundamental para la comprensión de qué nos quiere decir el hilo novelesco. Y es la génesis del cambio ontológico. Esto ocurre con la muerte de un niño vecino cuando Blomart tenía 9 años.......


"El pequeño de Luisa había muerto. En vano. No con mi desdicha. No es mi muerte. Cierro los ojos y permanezco inmóvil; pero es de mí de quién me acuerdo y su muerte entra en mi vida: yo no entro en su muerte (…) mientras Luisa lloraba, la falta de llorar mis lágrimas y no las suyas. La falta de ser otro”


Aquí nace todo. Esto es previo a toda responsabilidad. Es el intento desesperado y humano de salvar el abismo creado, de intentar ser el otro...

Espero haber aportado algo...

un abrazo...

Atenea Buenos Aires dijo...

Metemuertos

Antes que nada, gracias por el comentario. Y sí, tenés razón, el que mencionás es un hecho fundamental, y no aparece en artículo y tendría que haberlo hecho. A veces escribimos, medio a las apuradas y nos pasan estas cosas.

Saludos.

Maximiliano.